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jueves, 25 de marzo de 2010

El Mandala de San Bartolomé de Ucero.


Desde la encomienda de Barcelona, queremos hoy tratar un tema de especial importancia en la península ibérica, donde una vez más los templarios, nos legaron en forma de construcción una más que probable transmisión de Oriente, de los misterios de los Grandes Constructores.

Ese detalle no parece inadvertido ante la rúbrica de nuestro querido escritor y periodista español; y buen amigo de la SMOTH-MIT, D. Jesús Ávila Granados. Nuevamente, este especialista en esoterismo hispano, pone de manifiesto en su libro “La mitología templaria”, la importancia que tuvo el Temple en la transmisión de sus conocimientos en la península Ibérica.

Esperamos que su texto sea de vuestro agrado.

Imagen de la iglesia de San Bartolomé de Ucero (Soria).

Soria es tierra de templarios, como lo demuestra la abundancia de enclaves en donde está confirmada la presencia de los caballeros en esa provincia de la alta meseta castellana; entre los lugares relacionados con el Temple destacan: el antiguo monasterio de San Polo, y el monasterio de San Juan de Duero, que perteneció a los templarios, antes de pasar a los hospitalarios, ambos en la capital; la ermita de San Miguel de la Peña, en donde vivió el anacoreta San Saturio, cuyo templo, de estructura octogonal, también fue templario; Caracena; Aguilera; Castillejo de Robledo; Ágreda; Almazán; San Pedro Manrique; Rioseco de Soria, etcétera. Pero el enclave más emblemático del Temple en tierras sorianas fue, sin duda, Ucero.

El cañón del río Lobos

En el centro geográfico de la provincia de Soria, exactamente 17 kilómetros al norte de la ciudad del Burgo de Osma, en medio de un paraje de singular belleza declarado Parque Natural, entre estrechos y profundos acantilados y desfiladeros fluviales abiertos por el perezoso curso del río Lobos, se alza la iglesia de San Bartolomé, único testimonio del antiguo convento templario de San Juan de Otero. Se trata de uno de los templos más emblemáticos del Temple en la geografía hispana; entre la gran variedad de símbolos, un rosetón que, a modo de mandala gnóstico, contiene diez corazones…

La importancia de este modesto templo –sobre el que, según subraya el erudito soriano Ángel Almazán de Gracia, se ha vertido más tinta que sobre todos los enclaves del Temple de nuestro país juntos- no está en su grandiosidad, sino en el detalle, porque, tras su observación, resulta fácil reunir innumerables elementos que confirman su extraordinaria riqueza ocultista. Entre los detalles, se pueden señalar los grabados esquemáticos, que evocan a los existentes en las mazmorras del castillo de Coudray, en la ciudadela de Chinon (Turena), donde sufrieron prisión y tortura Jacques B. de Molay y los últimos maestres del Temple; los canecillos exteriores, que bordean el relieve que sigue la línea de la cornisa inferior del alero, vuelven a recordar su relación templaria. Otros elementos que indican cómo los constructores de este templo apostaron por las claves esotéricas, son los siguientes: los pentágonos estrellados, con una punta hacia abajo; la significación de muchos de los canecillos –algunos de los cuales con incuestionables vinculaciones bafométicas-, que nos llevan a la bebida sagrada, el vino; los cascos templarios –con extraños adornos laberínticos-; la aparición de la figura de la dama y el juglar- en clara evocación a la ideología del catarismo, que el Temple respetó escrupulosamente-; la abundancia de marcas de cantero, etcétera.

El interior de este singular templo, concebido por sus constructores siguiendo la cabalística concepción áurea (1,618), tampoco se libra de los valores ocultistas, cuando vemos que el rayo de luz que atraviesa la ventana pentacular del lado meridional durante la jornada del solsticio de verano (21 de junio), relacionado con San Juan Bautista, se proyecta directamente sobre la losa de piedra que sirve de ara en la capilla del Evangelio. El número áureo –la Divina Proporción-, que se traduce en 1,6180339, o, lo que es lo mismo, la proporción existente entre el lado del pentágono y la línea que enlaza los vértices del pentagrama inscrito en él.

Esta proporción áurea es el canon estético de grandes realizaciones arquitectónicas y escultóricas, y los templarios supieron recogerla de la ciencia antigua, para aplicarla en muchas de sus realizaciones, entre las cuales, esta singular iglesia de San Bartolomé. También la iglesia de Santa María la Mayor de Villamuriel de Cerrato (Palencia), que formó parte a finales del siglo XII de un convento de templarios, ofrece una estructura arquitectónica casi perfecta, basada en la proporción áurea. El equivalente aproximado del número de oro es la razón de 3 a 5, consecuencia y razón de un dinamismo equilibrado, que, como decía el ensayista francés Paul Valéry (1871-1945), simboliza y se hace sentir hasta en la inmortalidad estática de las obras de arte. La Divina Proporción, como medida generalizada, por lo tanto, es el justo equilibrio entre el saber, el sentir y el poder.

Desde el Egipto antiguo, numerosas construcciones se alzaron en el mundo conocido, cuyos alarifes eran verdaderos sabios que conocían muy bien los secretos de las proporciones. Muchas de estas grandes obras fueron, además, concebidas usando como concepto básico el número de oro (1,618…), también llamado la proporción áurea.

Los templarios conocían muy bien la magia de ese número, como ha podido comprobarse al estudiar algunas de sus construcciones.

Y, por si fuera poco, en 1979, otro erudito del Medievo hispano y experto en templarios, Juan García Atienza, después de un arduo y meticuloso trabajo de investigación, logró demostrar la equidistancia de la iglesia templaria de San Bartolomé de Ucero, entre el cabo de Creus (Girona) e Iria Flavia (Padrón), en Galicia, de 527,127 kilómetros. La iglesia se halla en el centro de un territorio cargado de fuerzas telúricas, desde el cual es posible trazar una perfecta tau, en cuyo interior se encerraría el paralelo 42, así como el camino principal de peregrinación a Compostela, e innumerables enclaves esotéricos de primera magnitud. Con ello, Ucero, como lugar de vital importancia para el secretismo templario, se convierte en el espacio, en el centro de una cruz cósmica de 40º. Dadas las singulares características de aislamiento espacial, muy bien pudo haber sido elegido como lugar de retiro, para la meditación e iniciación de freires templarios; los numerosos hipogeos y tumbas antropomorfas descubiertos en las entrañas del roquedal que lo envuelve tras el sinuoso curso del río, así lo confirman.

Los inmediatos alrededores de San Bartolomé de Ucero, como enclave cargado de fuerzas esotéricas, también son dignos de mención: el menhir de 2,5 mts. De altura que emerge del suelo a pocos metros de la iglesia, en dirección sur; el colmenar de los monjes, en donde, según las crónicas medievales, los freires templarios ejercitaban el arte de la apicultura; el mismo río Ucero brota a pocos metros de la ermita, después de haber discurrido un largo trecho bajo tierra, con lo cual, según los valores ocultistas, transmite la fuerza cósmica y telúrica al lugar, volviendo a recordar la estrecha relación del Temple con los enclaves ricos en nacederos de aguas potables y subterráneas…

Las primeras noticias de la existencia de este monasterio –San Juan de Otero- se remontan al año 1170, en que formaba parte de las posesiones donadas a los templarios por Alfonso II el Casto, repoblador de Soria, el primer monarca catalano-aragonés.

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