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jueves, 8 de marzo de 2012

El padre Gabriele Amorth: una vida consagrada a la lucha contra Satanás



Desde la encomienda de Barcelona, seguimos recuperando las vivencias del exorcista más famoso de la actualidad, el padre Gabriele Amorth, donde en su libro “Memorie di un esorcista –La mia vita in lotta contro Satana-“, nos relata sus experiencias más destacadas en su lucha contra el mal.

Desde Temple Barcelona pensamos que su lectura nos será instructiva para saber cómo actúan los demonios.

Maleficios de muerte

Usted habla con frecuencia de maleficios. ¿Existen maleficios de muerte?

Sí, existe el maleficio de muerte, y me he encontrado con varios. En mi opinión, no es seguro que surtan efecto, pero, desde luego, hay personas que intentan lanzar maleficios de muerte. El carismático de las Marcas del que he hablado antes suele utilizar este término. “Te han lanzado un maleficio de muerte”, dice, aunque en verdad se refiere a un maleficio muy grave. Un maleficio no tiene por qué ser mortal; la vida está en manos de Dios.

¿Cuánto puede costar un maleficio de muerte? Es algo increíble. Hace años, viene a verme un matrimonio. La mujer alude a unos trastornos; lleva casada año y medio y en todo este tiempo no ha tenido la menstruación. De vez en cuando se desmaya; es alérgica a los platos condimentados con aceite o grasas, que le provocan disentería. Empiezo con la oración genérica y me doy cuenta de que algo va mal. Dejo esa oración, paso a la plegaria de curación y el efecto es inmediato. En su segunda visita, la mujer me dice que puede comer platos condimentados sin problemas.

Le aconsejo que revise las almohadas. En una de ellas encuentra una medalla y su marido la destruye siguiendo los métodos habituales. Después de destruida, al volver a casa, se encuentra lo siguiente: su mujer está muy mal y vomita una medalla igual que la destruida, que tiene grabada la imagen de una custodia.

La noche del 10 al 11 de febrero (aniversario de la aparición de Lourdes) me llaman a la una: la joven esposa está en coma. Acudo a su lado, rezo por ella y despierta, pero vuelve a entrar en coma poco después. Rezo y sale del estado de coma, pero está completamente paralizada. Rezo de nuevo imponiendo las manos en distintas partes de su cuerpo; tras dos horas y media de oración se levanta y anda. Desde ese momento las parálisis, especialmente en las extremidades inferiores, se repiten con cierta frecuencia. A veces, si su marido le da un masaje con óleo exorcizado y reza unas oraciones que le he sugerido yo, las pernas de la mujer vuelven a moverse. Otras veces es necesaria mi intervención.

Veía a esta joven pareja todas las semanas. Con el tiempo, las cosas empeoran: litros y litros de disentería, de varios colores, como si el cuerpo fuera un contenedor donde no cabe todo aquel líquido. La casa está infestada y la situación va de mal a peor. Ve la necesidad de practicar exorcismos, pero tengo problemas: mis compañeros no quieren que ejerza tan ministerio, para el que, sin embargo, sí tenía autorización en la diócesis donde estuve anteriormente. El obispo parece tener las manos atadas, aunque, al final, tras la insistencia de los padres de la joven, que no deja de sufrir desmayos, me da su autorización sólo para este caso. Al iniciar los exorcismos, los trastornos aumentan. La mujer ya no retiene la comida y vomita continuamente. Estoy seguro de que no se trata de posesión, pero, en vista de la gravedad de su estado, prosigo con los exorcismos. Ahora la joven vomita cosas muy raras: cristales, clavos, gasas, hebillas de metal, pequeños objetos en forma de animal…

En quince días entra en coma tres veces. La primera vez, después de rezar, le levanto los párpados y no veo más que el blanco de los ojos. Cuando por fin baja las pupilas, le muestro el crucifijo recitando: Fugite partes adversae…, y sale del coma. La segunda vez, tras la oración, invoco al padre Pío, le pongo sobre la cabeza una reliquia y sale del coma. La tercera vez, en vista de la ineficacia del exorcismo recitado, digo una frase soez que a veces surte efecto: “San Francisco se caga en tu boca” (frase inspirada en un episodio de las Florecillas). La mujer forcejea y vuelve en sí. La joven pareja no puede aguantar más de dos horas en casa, y siempre con el estómago vacío. Para ocultarles la situación a sus familiares, pasan muchas noches dentro del coche e inventan excusas para justificar el visible deterioro de la mujer.

En noviembre del año siguiente se instalan en casa de los padres de ella, aunque procuran ocultarles en todo lo posible la situación. Reaparecen los vómitos continuos. La joven se ve obligada a comer sin parar; primero devuelve comida y luego cosas raras. Gastan más de cien mil liras al día en comida. Con el vómito empiezan a salir trozos de papel que encajan como un rompecabezas. Primero aparece una figura femenina, tamaño postal, con el nombre de la mujer y la fecha de su boda. Después imágenes sagradas y oraciones; dos iconos, un crucifijo del siglo XVIII, un rostro de Cristo. Eran imágenes que el párroco dejaba en las casas cuando iba a bendecirlas. En el reverso de los iconos está grabada la plegaria de bendición. Vemos que el papel está cubierto por una capa fina; la retiramos y aparece una lista de lo que el brujo le ha hecho a la mujer: un maleficio de muerte, con todos los fenómenos programados por días, y una fecha límite. La joven debe morir a causa de una hemorragia antes de las doce de la noche del 17 de marzo. Durante un exorcismo, otra persona poseída, que no sabía nada del caso, me puso en guardia mientras estaba en trance: “Tenéis que huir de Piamonte”, y me advirtió que la mujer iba a morir de una hemorragia.

La víspera del día establecido para el fallecimiento, la pareja y los padres de ella decidieron irse a Liguria. Los acompañé, tras implicar en la oración a varios monasterios de clausura. El día 17 la mujer no deja de vomitar comida y trozos de papel escritos a bolígrafo; a las 23:55 nos dicen que, si se desmaya, debemos extraerle de la vagina un objeto punzante. Efectivamente, le extraemos un cable retorcido de quince centímetros de longitud. A diferencia de cuanto había programado el brujo, no sobreviene la muerte, sino que se producirá la liberación. Pero, de momento, el calvario aún no ha terminado. La liberación va a tardar, porque la persona que encargó el maleficio le ha entregado otra suma considerable al brujo.

En otras imágenes sagradas, vomitas una a una, aparece la persona que ha provocado el maleficio: un enamorado que había sido rechazado. Éste le había pagado más dinero al brujo para que lanzase un nuevo maleficio, peor el matrimonio consiguió eludirlo al abandonar la casa de sus padres, donde aún debían permanecer un año, para trasladarse a otro lugar. Hoy podemos decir que la mujer está casi restablecida; sólo debe tomar algunas precauciones.

Nos enteramos de que la persona que encargó esos dos maleficios pagó por ellos 3.800 millones de liras (¡casi dos millones de euros!). La mujer, aunque comía mucho, al haber vomitado tanto adelgazó casi treinta kilos, y sentía unos dolores terribles. Se recuperó bebiendo agua exorcizada. Es increíble que no muriera durante aquellos meses en los que no podía alimentarse.

Tengo fotocopiada la planificación del enamorado rechazado, con su firma y la firma de su padre, que fue quien le pagó al brujo. Y también tengo la planificación del brujo, firmada por él. Puede que el enamorado hay muerto, ya que se comprometió a morir junto a su amada. Estamos haciendo averiguaciones, pero no es fácil. También guardo los objetos vomitados. Con todo esto se podría escribir un libro.

“Haré que mueras…”

Se habla de Satanás y de Lucifer: ¿existe una dualidad en el vértice diabólico?

Satanás es el número uno, Lucifer, el número dos. Sus poderes son distintos; muchas veces de entrada no aparecen, pero Satanás siempre está. Por eso, cuando les preguntamos los nombres, contestan. Asmodeo también suele estar. Otras veces el diablo se presenta con nombres muy raros.

Recuerdo un caso famoso, de hace muchos años, el de la endomingada de Piacenza. El demonio dijo llamarse Ismo; no lo he vuelto a encontrar. En los años veinte no había grabadoras, pero siempre asistía a los exorcismos un fraile que taquigrafiaba las sesiones. Gracias a esta práctica, conservamos palabra por palabra lo que ocurrió en aquellos exorcismos. Son documentos muy interesantes; nosotros los publicamos por entregas en Orizzonti, un periódico que ya no existe. Luego publicamos un libro, creo que el título era Intervista a Satana. No sé por qué no se ha vuelto a editar, porque hoy seguría siendo de extrema actualidad. Un día el diablo le prometió a uno de los presentes, que ayudaba en el exorcismo: “Haré que mueras este año”. El demonio abandonó a la mujer poseída, pero aquel hombre murió ese año. Le dijo lo mismo al obispo de Piacenza, que otorgaba la facultad de hacer exorcismos: “Haré que mueras este año”, y murió ese año.

Así pues, el demonio tiene poder para matar, pero, fíjese bien…sólo si Dios le da permiso. No debemos olvidar que Dios es el Dios de la vida y Satanás, el soberano de la muerte. Por eso induce al suicidio a personas desesperadas a causa del dolor, a quienes ni siquiera los exorcistas pueden liberar de sus tormentos…Sólo que, cuando uno recibe exorcismos, el propósito de suicidio nunca se cumple. En el último momento, siempre acaba salvándose.

He oído hablar de demonios cerrados y demonios abiertos, de demonios que se manifiestan enseguida y de otros que no quieren hablar.

Sí, algunos demonios tardan en manifestarse; al final, los exorcismos obligan a todos los demonios a manifestarse, pero a veces se necesita mucho tiempo. Tuve como paciente a una señora, a la que más tarde curé y liberé por completo. Primero la exorcizaba el padre Candido, e incluso la exorcizamos juntos. No manifestaba la presencia del demonio, pero mi maestro decía: “Padre Amorth, siga exorcizándola, porque yo creo que hay algo”. Seguí haciéndolo y, un día, el demonio estalló. Desde ese momento, en cuanto yo empezaba a rezar, el demonio estallaba, gritaba, vociferaba. Mantenía un diálogo con él y, al final, liberé a la señora.

Durante sus arrebatos, decía lo que los demonios suelen repetir, pues aquel caso no era distinto a los demás: “¡Ella es mía! Me la has dado, me pertenece”. “¿Cuándo te irás?”, le preguntaba yo. “Cuando me vaya, me la llevaré al infierno. ¡Es mía! Es una posesión mía”

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