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viernes, 2 de marzo de 2012

Un problema de cruces


Desde la encomienda de Barcelona hemos creído oportuno el aclarar algunos aspectos sobre las cruces que utilizaba –quizá fuese más acertada la expresión “se continúan utilizando”- la Orden del Temple.

Para ello hemos elegido un texto del, lamentablemente desaparecido, escritor e investigador D. Xavier Musquera Moreno, el cual hemos extraído de su libro “La aventura de los templarios en España” donde explica sus propias conclusiones.

Desde Temple Barcelona estamos convencidos de que su contenido os despertará interés.

Fotografía de la cruz patriarcal de Caravaca.

Actualmente, todavía persiste cierta confusión sobre las distintas cruces utilizadas por la Orden del Temple. Sesudos investigadores aún no se han puesto de acuerdo en el modo de identificar dichas cruces sin posibilidad de error.

Ese pasado misterioso que suele rodear a los templarios se hace evidente cuando se intenta averiguar si una cruz perteneció al Temple. Esa búsqueda llega a ser irritante cuando se comprueba el uso de distintos símbolos crucíferos. La identificación de esa insignia distintiva permitiría a los estudiosos reconocer construcciones y edificios que, atribuidos al Temple, no están suficientemente documentados, especialmente cuando existieron otras órdenes que se adjudicaron de forma fraudulenta su propiedad.

La cruz se convirtió en insignia de la Orden años después de su creación. En 1146, el Papa Eugenio III, a instancias de San Bernardo de Claraval, aprobó que los templarios llevasen en sus capas una cruz roja sobre el hombro izquierdo. Lamentablemente, el Papa olvidó indicar la forma de aquella cruz.

Este hecho produjo confusiones, como que la Orden Teutónica, a imagen del Temple, llevara también capas blancas. Fue entonces cuando se acudió al Patriarca de Jerusalén y al Papa, quienes dictaminaron, en 1210, que ambas órdenes podían hacer uso de la tela blanca, pero sería negra la cruz de los caballeros teutones y roja la del Temple. De nuevo no se hizo mención a su forma, ya que ésta no era la base del litigio.

Desde un principio, y antes de que se “oficializara” esa cruz, la Orden ya hacía uso de una doble brazo conocida como la “Cruz Patriarcal”. Más tarde, los templarios utilizarían indistintamente un abanico de cruces al mismo tiempo, hecho que ha dificultado las investigaciones.

Para evitar nuevas confusiones entre las distintas órdenes y los cruzados que batallaban en Tierra Santa, se estableció finalmente un código de color que quedó estipulado con el rojo para los templarios, negro para los teutónicos, blanco para los sanjuanistas (hospitalarios) y verde para los lazaristas. Una vez más, sus formas respectivas no fueron especificadas.

Las cruces más utilizadas por la Orden del Temple fueron básicamente cuatro: la cruz griega (de brazos iguales), la paté o pateada (ensanchada en los extremos), la Patriarcal (de doble brazo) y, finalmente, la más escasa, la TAU (parecida al ANK egipcio, pero sin el círculo superior).

La griega y la paté fueron de uso más corriente y pueden observarse en iglesias, pinturas murales, en sellos de la Orden y en las tumbas de los caballeros. La TAU, de uso mucho más restringido, se cree que diferenciaba a los miembros normales de la Orden de aquellos que pertenecían a altas jerarquías. Esta cruz podía así mismo ser indicativo de asentamientos o enclaves que por su situación geográfica eran considerados de especial importancia.

Hay que tener en cuenta que la presencia de una TAU no estará forzosamente indicando que nos encontramos ante un asentamiento del Temple. San Antonio Abad, que predicó por tierras del norte de África, luce sobre la sarga de su hábito azul la TAU que adoptaron los antonianos y que la Orden del Temple utilizó en contadas ocasiones. Es menester saber de antemano si en las proximidades del edificio, o incluso en la región en que se halla, hubo un convento o monasterio que hubiera pertenecido a dichos monjes. El desconocimiento de tal hecho conduciría a una inevitable confusión.

Las cruces paté y griega se encuentran acompañadas en ocasiones por símbolos lunares y solares; también por estrellas de ocho puntas. Finalmente, existió la llamada “Cruz de las Ocho Beatitudes”, adoptada durante el maestrazgo de Robert de Craon y conocida también como la de Malta. Fue utilizada por los sanjuanistas tras la desaparición del Temple y sirvió de base al alfabeto secreto utilizado en numerosos documentos, algunos de los cuales se conservan en la Biblioteca Nacional de París.

Esa cruz del Temple llamada paté, que es la más conocida de todas, también denominada cruz celta por su semejanza con las que se hallan en tierras irlandesas, se presenta generalmente con la latina de brazos iguales, inscrita dentro de un círculo que evoca el disco solar en algunos edificios que se cree pertenecieron al Temple.

Esta serie de cruces puede contemplarse en los muros exteriores de las iglesias, así como en los interiores. A veces, situadas en lo alto de columnas o bien en rincones del enlosado del suelo, obligan a poseer buenas dotes de observación para descubrir su ubicación. Otras cruces, menos evidentes y mucho más pequeñas, se encuentran en los lugares más insospechados, como si, ocultadas adrede, quisieran decirnos en voz baja: “estuvimos aquí…”.

La existencia de esta variedad de cruces puede comprobarse, por ejemplo, en San Vicente de la Barquera, en Cantabria, o en Iria Flavia, en Galicia, interesantes enclaves que visitaremos más adelante.

Finalmente, otra cruz de gran valor simbólico es la Cruz Patriarcal o Lignum Crucis. Cuando los caballeros del Temple eligen una cruz para sus relicarios no adoptan la cruz griega, la latina o la de influencia celta como sería lo natural, sino que toman un nuevo tipo de cruz, la de los cristianos de oriente: la cruz patriarcal de doble brazo. Esa cruz, conocida en Francia como la cruz de Lorena y en España denominada de Caravaca, será utilizada como distintivo personal de las altas jerarquías y como objeto de culto.

Algunas desparecieron lamentablemente, como las cruces patriarcales de Maderuelo, en Segovia; Villamuriel de Cerrato y Villalcázar de Sirga, en Palencia; Alfambra, en Teruel, y Artajona y Torres del Río, en Navarra, pero quedaron en la memoria de la tradición popular.

Las conservadas en la actualidad se encuentran en las localidades de: Astorga, en cuya catedral se halla la de Ponferrada; Bagá (Barcelona), en la iglesia de San Esteban; Murrugaren (Navarra), que se conserva en Estella; Miraflores, en Segovia, guardada en Zamarramala; Zamora, en la catedral de la capital, procedente tal vez de alguna de las iglesias que el Temple poseyó en la ciudad; Valencia, custodiada en la catedral y procedente de la desaparecida iglesia de Nuestra Señora del Temple y, finalmente, tal vez la más conocida de todas: la de Caravaca, en Murcia, que es una reproducción de la desaparecida allá por los años treinta.

Todas estas cruces tienen en común el hecho de estar rodeadas por hechos inexplicables, curaciones milagrosas y fenómenos extraños que hacen de ellas protagonistas de mitos y leyendas.

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