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martes, 20 de marzo de 2012

El Templo, edificio sagrado y edificio religioso: Iª parte.


Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el contenido dedicado a comprender mejor los aspectos socio-culturales y su evolución en lo concerniente a la religión. Por ello no puede entenderse la construcción de los templos dedicados a las divinidades, si antes uno no se adentra en las motivaciones que propician dichas construcciones.

Por ello hemos recuperado un texto del escritor e investigador, Xavier Musquera, de su libro “La aventura de los templarios en España” donde relata interesantes propuestas.

Desde Temple Barcelona alentamos a su lectura.

Fotografía de la cripta de la catedral de Barcelona.

Elegir el lugar idóneo para la edificación de templos en los que el ser humano pudiera estar en contacto con lo divino ha sido desde siempre una constante en la historia del hombre. Los romanos llamaron a estos terrenos habitados por las fuerzas de la Tierra, Genius loci; para el mundo celta, las corrientes subterráneas representadas por la serpiente eran llamadas wuivres y, para los chinos, las corrientes telúricas eran las venas del dragón. Todas las culturas han buscado lugares especiales para la ubicación de sus edificios religiosos.

Muchos templos poseen una arquitectura sagrada, basada en una geometría también sagrada. A través de los tiempos, el templo ha sido el libro abierto que revela el drama eterno del ser humano: transformar su encarnación involutiva en un cuerpo de luz, objetivo final de su existencia, de la misma forma que lo hizo la planta respecto al reino mineral y a su vez lo hizo el animal respecto al vegetal.

A través de esta visión cósmica del hombre, éste se convierte en un antropocosmos y la geometría sagrada, convertida en templo, se transforma en un cosmodrama para que pueda llevarse a cabo este renacimiento.

El edificio no es simplemente una forma estructural, es mucho más. En realidad se trata de una realización trascendente. Trabajando la materia, se la modela y transforma para darle una forma determinada que va más allá del puro trabajo técnico. Esa materia elaborada no es el medio para invocar a la divinidad, sino que se convierte en el transmisor por el cual la divinidad se manifiesta. Trabajada adecuadamente, crea la atmósfera necesaria para la comunicación con lo transcendente, lo divino.

Esta arquitectura simbólica e iniciática posee claves y enigmas que hacen pensar que tras su construcción pudo haber mucho más que un simple motivo religioso. Este es el arte sagrado, que no puede confundirse con el religioso.

Comprender el mundo medieval resulta difícil si no se penetra en la idea básica de que la naturaleza no tenía sentido si no se observaba como un medio transcendente. Dios se revela a través de los símbolos que encontramos en la propia naturaleza. No es meramente casual que los monasterios se asentaran en plena naturaleza para buscar en ella respuestas y permitir el recogimiento y el estudio.

Es necesario trasladarse a la Edad Media e intentar comprender la mentalidad de la época. Es evidente que se trataba de una forma de pensamiento muy alejada de la del hombre del siglo XXI.

Para el hombre medieval, el universo y todo cuanto contenía no eran otra cosa que la emanación de la divinidad; el mundo histórico, al igual que el natural, dependían exclusivamente de Dios. Él se reflejaba en el universo y el hombre, a través de su conocimiento podía acercarse a Él. Esta mentalidad era la que permitía a la Iglesia influir en un pueblo inculto, atemorizado por el sentimiento del pecado y el rigor del castigo.

La edificación de construcciones tanto religiosas como sagradas tenía por objetivo convertirse en símbolo de Dios. La planificación del edificio comenzaba con la toma de medidas y para ello se empleaba la utilización de cuerdas, con las que se formaban triángulos y cuadrados que servían para disponer de forma proporcional a los templos o algunos de los elementos que los configurarían. Aunque no eran evidentemente de alta precisión, ayudaban cuando menos a disponer de una dimensión, la horizontal, reflejo de la que más tarde y a escala se convertiría en el edificio.

La construcción se divide en tres niveles: cognicio in exteribus, cognicio in interibus y, finalmente, cognicio in superibus.

El primero de ellos es la relación existente entre los objetos que se hallan fuera del ser humano y que se encuentran ordenados y clasificados por mandato divino. Es entonces cuando interviene la arquitectura con su propio lenguaje, con los sistemas constructivos y ornamentales, para convertirse en algo estético y a la vez comprensible para el hombre.

El segundo concepto o nivel trata de la razón, lo racional, ya que todo cuanto existe posee en su interior la chispa divina. Por consiguiente, si el hombre forma parte de lo existente, poseerá la capacidad para realizar obras que representen a esa naturaleza manifestada. Así es como a la arquitectura se la define como Natura Artificialis.

Finalmente, el tercer concepto tiene relación con el símbolo, que transmite la idea de estructura organizada de un modo concreto; es decir, su finalidad no es solamente la de comprender la obra de Dios, sino la de entenderlo a Él y constituir lo que podría llamarse una naturaleza alternativa, con la pretensión de alcanzar a la divinidad a través de los símbolos por ella representados. Se trataría pues de un Itininerarium mentis in Deum.

Un espacio considerado sagrado cuando posee particularidades y características que le diferenciaban de los demás y existe en él una fuerte presencia espiritual ligada a la que se ha dado en llamar geografía sagrada.

Todos los pueblos, desde la noche de los tiempos hasta la actualidad, han poseído el concepto de un centro primordial del que todo surge. Montañas, cavernas, bosques, árboles, lagos o manantiales, son para distintas culturas formas simbólicas de este centro o eje del mundo, que han convertido en una Axis Mundi.

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