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martes, 1 de mayo de 2012

La peregrinación a Santiago en el siglo XII



Desde la encomienda de Barcelona seguimos con el apartado dedicado a conocer algunos aspectos más o menos ocultos de los templarios por las tierras de España. Precisamente por ello, hemos seleccionado un texto del que fuera escritor e investigador, Don Xavier Musquera, de su libro “La Aventura de los Templarios en España”, donde esta vez nos despejará posibles dudas sobre la continuidad del Camino de Santiago en el siglo XII.

Desde Temple Barcelona, os invitamos a conocer de cerca la historia de este milenario camino de peregrinación.

Fotografía de la villa navarra de Puente la Reina.

Suficientemente extendida la noticia de la aparición del Sepulcro del apóstol Santiago por todo el orbe cristiano, y una vez desaparecido el peligro sarraceno, incluida la conquista de Toledo y el nacimiento de Cluny, aparece a finales del siglo XI un gran movimiento de peregrinos en dirección a Compostela que obliga a efectuar mejoras en el camino.

Es el monarca Alfonso VI quien favorece para que este recorrido se convierta en mucho más fácil y manda reconstruir nuevos puentes que unan Logroño con Santiago: Studuit facere omnes pontes qui sunt a Lucronio usque ad Sanctum Jacobum.

Hasta la fecha fueron miles de peregrinos que tuvieron que soportar durante 250 años las dificultades del terreno, los inconvenientes de las altas montañas y los húmedos y profundos valles. Es así como se establece un nuevo camino, más cómodo, gracias a la intervención del monarca.

Según consta en el Códice Calixtino, se establece el Camino Interior, en Puente la Reina, ya en pleno siglo XII. Dicho códice en su primer capítulo nos indica lo siguiente: De viis Sancti Jacobi o “de los caminos de Santiago”. E indica posteriormente: “cuatro son los caminos que dirigiéndose a Santiago, se unen en Puente la Reina, formando uno solo”.

Se advierte claramente la precisión del autor al no afirmar que es entonces cuando surge el Camino, tal y como aseguran algunos, sino que confirma que existían cuatro y que ahora se unen en uno sólo.

El intento de presentar este camino como el primer itinerario o Camino de Santiago es un error. Este no es “el” Camino, sino “un” Camino, otro más, el cual, con los cuatro restantes y con los lusitanos y norteños, constituyen el Camino de Santiago.

La Cámara Santa

La peregrinación que se realizaba a la catedral de Oviedo para visitar la Cámara Santa y sus reliquias era una prolongación de las realizadas al Monsacro.

Más tarde, al surgir la tumba del apóstol y volcarse el monarca ovetense en el lugar Santo, y potenciar el Camino de Santiago, fueron muchos los peregrinos que ya no se dirigieron a Oviedo. Si a todo ello se añade que el camino interior resultaba más fácil y cómodo, las reliquias ovetenses se convirtieron en desconocidas para muchos. Esto motivó que numerosas personas considerasen que la peregrinación no era completa si no se pasaba a venerar al Salvador y a las reliquias. De ahí surge en los diversos países, que no en España, la conocida estrofa:

“Quien va a Santiago y no va al Salvador visita al criado y deja al Señor.”

En este tiempo surge igualmente el: “estar entre San Marcos y La Ponte”. La frase está motivada por la duda entre continuar de León a Santiago, pasando por Astorga, o bien venir por el Salvador de Oviedo.

Viejos caminos de peregrinos, que bordean acantilados de aguas embravecidas, sirvieron de atalaya para otear desde la cercana Galicia “el mundo del más allá”, situado en el horizonte del océano al que debían regresar las almas de los muertos para encontrarse con sus antepasados, sus héroes y sus dioses.

Rutas que conducían a ese Finis Terrae y que poseen todavía en numerosas localidades toponimias de origen impreciso relacionadas con la espina o lo espinoso, símbolo de la dificultad del camino y sus propiedades transformadoras para el peregrino. Espín, La Espina, Espinaredo, Puerto de la Espina, y Espinedo, son algunos ejemplos.

Enclaves mágicos que llevan inscritos indicios seculares donde se cuentas historias y leyendas sobre ríos y lagos encantados por la magia de las xanas (brujas), o tesoros escondidos que son custodiados por la famosa serpiente alada, de clara influencia celta: el Cuélebre asturiano.

Un recorrido por tiempos prehistóricos en el que aguardan megalitos, mudo testimonio de antiguos ritos funerarios y religiosos, como el impresionante de Merillés o el de Cangas de Onís, sobre el que se edificó la capilla de la Santa Cruz.

Montes sagrados o sacralizados con antiguas tradiciones como el Monsacro o el Moniovis (Monte de Júpiter), bautizado con ese nombre por las legiones romanas, las cuales construyeron calzadas que más tarde se convertirán en caminos de peregrinaje que son conocidos como Camín Real. Esparcidos por esa geografía, más de 250 castros, hábitats fortificados pertenecientes a los primeros asentamientos urbanos, nos han legado su cotidianidad, sus utensilios, sus adornos personales y sus creencias trascendentes.

Esta herencia milenaria, esa cultura autóctona que supo sobrevivir hasta nuestros días, puede contemplarse bajo la forma de círculos concéntricos, estrellas, cruces, trisqueles, soles radiantes, polisqueles, etc., que aparecen en hórreos, arcones y objetos diversos de la artesanía regional.

Estas huellas culturales que nos dejaron astures, cántabros, celtas y romanos siembran esa ruta asturiana con su presencia. Su recuerdo se ha perpetuado a lo largo de los siglos y se ha convertido en las raíces en las que se asienta su presente.


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