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jueves, 18 de octubre de 2012

Los milagros del Padre Pío: El Cielo en la tierra.



Desde la encomienda de Barcelona continuamos con el apartado diseñado para indicaros, cuál fue la misión del Padre Pío en sus años de vida terrena y cómo vivían aquellas personas que le conocieron, durante la Santa Misa cuando las oficiaba el santo de los estigmas

Precisamente por este motivo, hemos recogido un nuevo texto de D. José Mª Zavala de su obra “Padre Pío: Los milagros desconocidos del santo de los estigmas”, donde nos explica la presencia de Jesucristo durante la ceremonia.

Desde Temple Barcelona, os invitamos a gozar de sus obras.

La Virgen le conducía inexorablemente hacia Jesús, acompañándole incluso al pie del altar cuando celebraba la Santa Misa, como advertía sor Consolata; igual que hizo con su Hijo Amado en la cruz.

La Santa Misa –“el Cielo en la tierra”, en palabras de Juan Pablo II- constituía así el gran volcán de su vida interior.

‘Era el centro y la fuente de toda su espiritualidad –consignaba Carol Wojtyla-: “En la Misa –solía decir el Padre Pío- estaba todo el Calvario”. Los fieles consagrados en torno a su altar quedaban profundamente impresionados por la intensidad de su inmersión en el Misterio, y percibían que el Padre participaba personalmente en los sufrimientos del Redentor’.

Domenico Mirizzi, capuchino misionero en Mozambique, proveniente de los Grupos de Oración del Padre Pío, me recuerda en Roma lo que éste solía decir a propósito del sacerdote: “Si yo hubiese sabido, antes de ordenarme, qué significaba realmente serlo jamás hubiese aceptado, pues él mata a Jesús sobre el altar cada día”.

En el convento de San Giovanni, a escasos metros de donde el Padre Pío celebraba la Santa Misa, fray Paolo Covino revive ahora la infinita agonía del Gólgata:

“Era todo un acontecimiento. Tan sólo dos minutos después de que el Padre Pío abriese las puertas de la iglesia, reinaba ya el máximo silencio. Se quitaba los guantes y me los entregaba. Luego, sonaba la campana. San Francisco iba delante, seguido de muchos santos franciscanos; a continuación venía la Virgen con legiones de ángeles. Iniciada la Misa, cuando el Padre Pío entonaba el Mea Culpa, se golpeaba el pecho tan fuerte que se oía en toda la iglesia, como si fuese el mayor pecador del mundo. Durante la celebración, el Padre Pío era flagelado y coronado de espinas. En la Comunión, moría. Veinte minutos después, bendecía a todos los fieles y regresaba a la sacristía, donde yo le devolvía los guantes.”

Fray Paolo permanece ensimismado unos instantes, antes de añadir con humildad: “Estas visiones, durante la Misa, las tenían las almas buenas; yo no las tenía…”

Don Pierino Galeone comparte también conmigo aquel majestuoso espectáculo del alma:

‘En la Misa del Padre Pío vi a Jesús. Yo ayudaba al Padre Pío muchas veces mientras celebraba. En una ocasión, antes de impartir la comunión, hallándose aún en el altar, se giró y pude ver a Jesús…¡Él estaba allí, en persona, para repartir la Comunión! Jamás le pregunté al Padre Pío cómo sucedió semejante prodigio. Comprendí, sencillamente, que era Jesús a quien yo había visto. Me encantaba contemplar al Padre Pío dando la Comunión, pues su rostro se transfiguraba en una increíble belleza. Al principio, la Misa duraba dos horas y media; el tiempo más largo era para la Comunión. Durante la Consagración, él participaba de los sufrimientos de Jesús. En la comunión se producía un cambio de vida: él entregaba su vid a Jesús y éste se la devolvía. “Yo vivo muerto”, decía el Padre Pío. Y añadía: “No sé cómo es que vivo”.’

El Padre Vicente de Casacalenda, que trató también al Padre Pío, daba fe de aquella sorprendente transformación:

‘Después de la elevación y de la consagración era cuando podía observarse en aquel rostro algo verdaderamente insólito. ¡No se sabía qué! Pero allí había ocurrido algo. Muchos de los presentes, subyugados, terminaban por comentar entre sí: “¡Pero si parece el mismo Jesús!”. Y seguían todos atentos, sin pestañear, como en suspenso, medio evadidos de este mundo y sumidos en la contemplación de un algo que no veían, pero cuya existencia palpaban’.

Sin la Eucaristía, el Padre pío no concebía la vida. Cuando alguien le confesaba su distracción durante la Santa Misa, no vacilaba en representarle:

“¡Pero hijo mío, esto te ha sucedido porque no sabes qué es la Misa! La Misa es Cristo en el Calvario, con María y Juan a los pies de la cruz, y los ángeles en permanente adoración…¡Lloremos de amor y de adoración en esta contemplación!”.

Pasaba días enteros, e incluso a veces más de un mes, sin tomar otro alimento que las especies eucarísticas.

El testimonio del padre Fortunato de Marzio, que convivió trece años con él, ocupando la celda número cuatro, contigua a la suya, que era la cinco, resultaba de gran valor para acercarse al gran misterio de su Misa:

‘A las tres de la madrugada, se levantaba; se aseaba rápidamente y luego se ponía en oración en su misma celda. A las cuatro en punto estaba ya en el altar, fuese invierno o verano. Al implantarse la hora legal y ante la insistencia de los superiores, pospuso su Misa hasta las cinco, que es la hora que se hizo célebre en San Giovanni debido a la concurrencia de gentes que aguardaban a la entrada de la pequeña iglesia.

En los primeros años, cuando celebraba en privado, era frecuente que su Misa durase tres horas. Ante las insinuaciones de los superiores, ante el agobio de las confesiones y debido también a sus padecimientos y dolores físicos, que aumentaban con la edad, redujo mucho la duración de la celebración; sobre todo, en los últimos cinco años de su vida’.

El padre Tarsicio de Cervinara, amigo entrañable de nuestro protagonista, compuso un admirable librito titulado La Misa del Padre Pío, del que extraemos este revelador diálogo:

“-¡Padre Pío! ¿Cómo puedes mantenerte tanto tiempo en pie ante el altar?
-¿Cómo? ¡Pues como se mantenía Jesús en la Cruz!
-Entonces, ¿te sientes suspendido, clavado en la Cruz como Jesús, durante el tiempo de Misa?
-¿Pues cómo quieres que esté?
-¿En la Santa Misa mueres también con Jesús?
-¡Místicamente, sí! ¡En la Sagrada Comunión!
-¿Qué es lo que te produce la muerte?
-La intensidad del dolor y del amor; las dos cosas juntas, pero principalmente  el amor.
-¿En qué horas del día es más intenso tu sufrimiento?
-¡Clarísimo: durante la celebración de la Santa Misa!
-¿El resto del día tienes los mismos sufrimientos que al celebrar la Santa Misa?
-¡Pues estaríamos arreglados! ¿Cómo iba a poder trabajar entonces? ¿Cómo iba a poder ejercitar el ministerio?
-¿Cuánta gloria crees que das a Dios en la Santa Misa?
-¡Una gloria infinita!
-¿Cómo tenemos que oír la Santa Misa?
-Como la oyeron en el Calvario la Santísima Virgen y las piadosas mujeres; del mismo modo, a ser posible, que el apóstol Juan…
-¿Qué frutos recibimos al oír la Santa Misa?
-¡Ah! ¡Esto no se puede calcular! ¡Según tu devoción! ¡En el Paraíso lo sabrás!”

Finalmente, el padre jesuita Domingo Mondrone glosaba así el verdadero significado de la Misa para el Padre Pío:

“Jesús estaba en él y con él, vivo y sufriente, presente y operante, para darle fuerzas y fecundidad de bien. El Padre Pío, heroico en el sufrimiento, incansable en el trabajo, estuvo elevadísimo en la unión con Dios. Yo lo retendría entre los más grandes místicos de nuestros días. Modelo excepcional de devoción el Misterio eucarístico y a la Pasión, consigue que su Misa sea el centro de atracción de las almas venidas a San Giovanni Rotondo”.

El Padre Pío, pescador de almas…

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